¿Te ha pasado que cuando te preguntan “¿pero qué te cuesta?” te respondes “bueno, sí, no me cuesta nada”?
Siempre estamos negociando (sí, también con nuestras parejas, familiares, amistades, incluso, con nosotres mismes). Y en todas las negociaciones hay costos (tiempo, energía, espacio mental y físico, dinero…). El problema no es que haya costos, esa es una ley de la vida. La cuestión es que es indispensable considerarlos porque sólo así podemos ser intencionales sobre lo que queremos hacer al respecto: ¿los queremos asumir?, ¿minimizar?, ¿evitar?, ¿reevaluar las alterativas?
Entonces, cuando te pregunten “¿pero qué te cuesta?, respóndete sinceramente.